Por: Carlos Goñi Zubieta.
Filosofía, ciencia y ciencias
El filósofo estudia el ser vivo, puesto que pertenece a la realidad. Pensarás que no sabe «tanto» de los seres vivos como el biólogo. Y es verdad: desde el punto de vista de la extensión, el biólogo sabe «más», sin embargo, desde el punto de vista intensivo, el filósofo llega «más», hasta la comprensión del alma como principio vital.
Los dos saberes son importantes y válidos: uno tiene que renunciar a la profundidad para extenderse en horizontal (extensión), el otro debe renunciar a la extensión para ganar en verticalidad (profundidad).
Es, por tanto, obvio que la filosofía no es una ciencia particular, como la biología, la química o las matemáticas, sin embargo, ello no indica que no sea ciencia. Si, como hemos dicho, la filosofía se ocupa de las causas últimas o más radicales de la realidad, ello significa que es ciencia. A nuestra disciplina le corresponde el calificativo de ciencia en sentido propio, aunque muchos pensadores no están de acuerdo en considerar a la filosofía como ciencia, porque identifican ciencia con ciencias particulares. Esta opinión está muy extendida, así, cuando alguien dice que va a demostrar algo, esperamos una demostración experimental o matemática, si arguye una demostración filosófica, simplemente no la aceptamos.
Relación del saber filosófico con los demás saberes
Filosofía y ciencias particulares
La filosofía es el tronco común de donde surgen todas las demás ciencias. Los filósofos griegos y medievales, incluso hasta Descartes y Leibniz (muerto en 1716), la consideraban como un saber universal que contenía tanto la matemática como la física o cosmología, tanto la metafísica como la biología. Por ejemplo, Isaac Newton estaba convencido de que lo que él hacía era filosofía y no ciencia, como demuestra el título de su obra principal: Principios matemáticos de la filosofía natural (1678). Esto era así porque una sola mente podía contener todo el saber científico del momento, sin embargo, a partir del siglo XVIII los conocimientos han crecido de tal manera que una sola persona no los puede abarcar todos.
De esta forma, las diferentes ciencias particulares fueron disgregándose del tronco común de la filosofía e independizándose: así surgieron la física, la química, la biología, la lógica matemática, la sociología, la antropología, la psicología... Pero para hacerlo tuvieron que adoptar un nuevo método: el método experimental. Sin embargo, esta disgregación constante, que les permitió, como ya hemos visto, ganar en extensión, dio origen a que en el seno de la filosofía surgiera -o mejor dicho, se mantuviera- disciplinas paralelas, como la cosmología, la psicología filosófica, la filosofía de la naturaleza, la lógica filosófica, la filosofía de la sociedad, la antropología filosófica...
Función directiva
Esto no significa que la filosofía haya perdido fuerza y vigor, no significa que la filosofía se haya debilitado y se haya convertido en un mero análisis de la ciencia, sino, al contrario, el progreso de las ciencias ha supuesto para la reflexión filosófica un nuevo acicate, una nueva problemática a tener en cuenta. Además, el avance de las ciencias y su consiguiente separación del tronco filosófico común no ha invalidado la labor del filósofo, sino que la ha justificado más si cabe. Esa reflexión filosófica sobre las respuestas científicas es cada vez más necesaria, porque las ciencias particulares estudian parcelas de la realidad, pero no tienen en cuenta el punto de vista de la totalidad y la radicalidad, propio de la filosofía.
En este sentido, la filosofía tiene una función directiva. Debe orientar el desarrollo y el progreso de las demás ciencias, de lo contrario, estas se pueden descarriar y llevar a situaciones realmente inhumanas. Piensa en la bomba atómica: cuando la ciencia no tiene una directriz, puede llevar a construir un artefacto terriblemente destructivo. De cualquier forma, se podría decir: «la bomba atómica es un gran logro de la ciencia», y desde el punto de vista estrictamente científico sería correcto. Sin embargo, desde la «altura filosófica» se presenta como un logro simplemente inhumano.
Filosofía y teología
Muchas personas confunden la filosofía con la teología. Esta confusión es comprensible porque ambas disciplinas se atienen a ultimidades, es decir, explican la realidad en su radicalidad. Por ejemplo, ambas estudian a Dios, al alma y al hombre. Sin embargo, las diferencias entre filosofía y teología son claras: La diferencia más importante es que la teología parte de la fe y del dato revelado, en cambio, la filosofía sólo cuenta con el uso natural de la razón. Así, por ejemplo, aunque ambas disciplinas estudien al hombre, la filosofía no puede partir, como la teología, de que es «imagen de Dios», tal y como aparece en las Sagradas Escrituras.
En segundo lugar, se puede decir que mientras la filosofía parte del mundo y puede llegar a Dios, la teología parte de Dios para explicar el mundo. Dios está, para el saber teológico, al principio, en cambio, para el saber filosófico, se halla al final.
Puede ocurrir, y ocurre, que la filosofía llegue a conclusiones que contradicen las verdades teológicas o la fe. En ese caso, ¿qué hacer?
Ya que la verdad es una, una de las dos disciplinas debe estar equivocada. Ante este dilema, el hombre de fe tiene ventaja, ya que ante un saber revelado, y por tanto dado por Dios mismo, la filosofía debe someterse a la teología. Imaginemos que un filósofo llega a la conclusión de que el hombre no tiene un alma espiritual, si este hombre es creyente y, por tanto, tiene la fe como guía, deberá revisar sus argumentaciones hasta encontrar el prejuicio filosófico que le ha llevado a esa conclusión.
Ante todo hay que tener claro que la filosofía es independiente de la teología. Bien es verdad que esta le ha procurado muchos temas y cuestiones a aquella, así como la filosofía le ha prestado muchos conceptos y argumentaciones al saber teológico, sin embargo, hacer filosofía es intentar entender la realidad sin ayuda de la fe, teniendo como única autoridad la razón.
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