Por: Carlos Goñi Zubieta.
Crítica a la metafísica
No todos los filósofos aceptan la metafísica. A lo largo de la historia ha habido quien la ha considerado una pseudociencia, cuyo objeto y método son poco menos que quiméricos. Hay dos posiciones desde las que resulta inevitable la crítica de la metafísica, porque justamente se originan en una actitud antimetafísica: se trata del empirismo y el positivismo.
Empirismo
El empirismo no admite otras realidades que las empíricas, es decir, todo aquello que pueda ser percibido por los sentidos. Lógicamente, los objetos, las cuestiones o problemas de la metafísica no son perceptibles, razón por la que los empiristas piensan que no son reales. Hume (1711-1776), por ejemplo, llega a criticar duramente conceptos como ideas abstractas, substancia, causalidad, mundo, yo, bien, Dios, que componen el universo de la metafísica, por considerarlos imperceptibles. Este pensador creía que tanto nuestra mente como toda la tradición filosófica debía someterse a una limpieza en profundidad para erradicar esos conceptos que no son otra cosa que, según sus palabras, «sofistería e ilusión». Según Hume, hay que estar alerta, porque la metafísica nos intenta convencer, por ejemplo, de que existe la causalidad, pero la experiencia nos muestra que tras acercarnos al fuego sentimos calor, de ninguna manera que el fuego cause el calor. Observamos únicamente hechos conjuntados, no conectados: la conexión causal es un invento metafísico.
Positivismo
También se ha criticado la metafísica desde el positivismo. Su fundador, A. Comte (1798-1857), creía que el estado metafísico debía ser superado, como lo fue el teológico, por la ciencia positiva. La humanidad ha llegado a un grado de madurez tal que puede explicarlo todo mediante la ciencia. El método científico es el único y verdadero método de la razón, por lo que todo aquello que no es científicamente demostrable simplemente no existe. Lógicamente quedan todavía reductos de metafísica y religión, que se irán eliminando según avance la ley del progreso.
El positivismo se renovará en el siglo XX y adoptará el nombre de neopositivismo o positivismo lógico, cuya vocación antimetafísica es clara: «todas las afirmaciones metafísicas son absurdas», dirá A. Ayer (1910-1989).
Postmodernidad
El último intento de negar la metafísica es el llevado a cabo por los pensadores postmodernos. Influenciados por la obra de Nietzsche, para quien la metafísica es un invento de Platón proseguido por el cristianismo, piensan que en una época en disgregación como la nuestra, donde prima lo local, lo subjetivo, los relatos fragmentados, no cabe una interpretación unitaria de la realidad, un metarrelato, una historia única. En este sentido, el italiano G. Vattimo aboga por el pensamiento débil («pensiero debole»), puesto que la razón no está capacitada para descubrir la esencia de la realidad. La metafísica, como búsqueda del fundamento, ya no es posible, sin embargo, no la podemos dejar de lado, sino que permanece en nosotros como permanecen los rastros de una enfermedad; la metafísica es algo de lo que nos tenemos que recuperar y a lo que tenemos que retornar, pero excluyendo toda pretensión de carácter absoluto. Es decir, a lo único que podemos aspirar es a una «ontología débil», que nos haga valorar el mundo de las apariencias, de los procedimientos, de las formas simbólicas, de los juegos y prácticas localmente válidos; que nos muestre el mundo como un lugar de diversidad de sistemas simbólicos; que nos lleve a admitir que existen diferentes imágenes del mundo.
Según otro postmoderno, G. Lipovetsky, vivimos en «la edad del deslizamiento», donde no existe la posibilidad de «echar raíces», de ir al núcleo de la realidad, sino de resbalarse por la superficie de las cosas.
Afirma que «todo se desliza en una indiferencia relajada», como si pasáramos por la realidad en una tabla de Windsurf o desde una estructura de Ala Delta. Para J. Baudrillard esta forma de deslizarse por la realidad está causada por el auge espectacular de los medios de comunicación, que convierten el mundo en puro «simulacro», en un conjunto de imágenes, en pura ilusión. De esta manera se ha llevado a cabo lo que él llama «el asesinato de la realidad»: «La realidad ha sido expulsada de la realidad». La realidad, entonces, no es otra cosa que un montaje de la razón que se está desmoronando. Todo es apariencia y las apariencias son las huellas evidentes de su inexistencia. He aquí el ejemplo más claro de lo que los pensadores postmodernos llaman «muerte de la metafísica».
Metafísica del ser
Contra estas críticas, la metafísica se defiende reafirmando las posibilidades de la razón humana para trascender lo meramente fenoménico y llegar a conocer algo sobre la esencia de la realidad. La llamada metafísica del ser cree que se puede llegar a saber algo acerca del «ente en cuanto ente», y que, lejos de ser una misión imposible, supone el conocimiento natural más elevado que podemos tener sobre la realidad.
Ente y participación
Uno de los máximos representantes de la metafísica del ser, Tomás de Aquino (1224/5-1274), descubrió que todo ente está compuesto por algo que le hace existir de una determinada manera (esencia) y un acto que le hace ser (acto de ser). Esto explica que podamos pensar en la esencia de cualquier cosa sin pensar en que sea realmente, es decir, en que exista. Puedo concebir lo que es el ave Fénix sin que éste exista necesariamente.
Ello demuestra, según Tomás de Aquino, que la esencia y el acto de ser son principios distinguibles en todo ente. Así, todo ente tiene ser, pero no es el ser; sólo Dios es el ser por esencia, es decir, que propiamente no tiene ser sino que Él es el Ser. Todas las demás criaturas tienen el ser por participación y lo tienen según una esencia determinada.
La participación es una manera de explicar la idea metafísica de creación. La creación no es un hecho que hubiera sucedido al comienzo del universo, y que después hubiera cesado. No, la creación trasciende el tiempo, es tan actual hoy como en el primer momento, ya que la creación no es un evento, sino una situación metafísica de dependencia de la criatura respecto al Creador. La creación es la relación de todas las cosas a su origen metafísico, no a su origen temporal.
Los trascendentales del ser
La metafísica estudia el ser, pero resulta que el ser es un concepto trascendental, generalísimo, pues no hay nada que no sea, excepto la nada, que lógicamente no es. El ser, por este motivo, no puede definirse, porque la definición supone incluir lo definido en un género superior, como cuando definimos hombre como «animal racional», lo que hacemos es incluir al hombre en el género animal y diferenciarlo específicamente diciendo que es racional. Eso no podemos hacer con el ser, porque cualquier género ya es, por tanto, está incluido en el concepto que queremos definir, en el concepto de ser. Por tanto, cuando definimos un ente, estamos definiendo su esencia, lo que es, no su ser. Sin embargo, el ser es tan común que todos entendemos lo que significa.
Los metafísicos no pueden definir el ser, pero sí indicar sus propiedades, lo que se ha dado en llamar los trascendentales del ser, conceptos que designan aspectos que pertenecen al ente en cuanto tal.
Según la tradición escolástica, a todo ente por ser ente le corresponde la unidad, es decir, es uno en el sentido de que no puede dividirse internamente, pues de lo contrario dejaría de ser el ente que es. Todo ente tiene una esencia, que le hace ser lo que es. Todo ente es algo distinto a los otros entes. También todo ente es verdadero (susceptible de ser conocido), bueno (susceptible de ser querido) y bello (susceptible de agradar cuando es contemplado).
Vemos que el ser se predica de muchas cosas, así, una montaña es, un elefante es, una persona es, un pensamiento es, un club de fútbol es, la amistad es, Dios es,... Pero no se predica de la misma forma. Por eso, Aristóteles pensaba que «el ser se dice de muchas maneras», o lo que es lo mismo, que el ser es un acto intensivo, es decir, que se da con diferente intensidad en cada grado de ser, así decimos que aunque una montaña exista igual que existe una persona, una persona «es más» que una montaña.
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